Por Justina Bozzano
La extensión rural se presenta como una herramienta clave para promover el desarrollo económico y social en el sector agrario. Su característica fundamental radica en la horizontalidad y la comunicación constante entre productores, técnicos y organizaciones, lo que fomenta un entorno colaborativo y de aprendizaje mutuo. En este contexto, el Programa Nacional de Extensión y Cambio Rural destaca por su enfoque en la transferencia de conocimiento, propiciando la formación de grupos de productores que se vinculan entre sí. Este proceso no solo se traduce en la generación de habilidades productivas, sino también en el desarrollo de capacidades de gestión y organización que son esenciales para el avance sostenible del sector.
Si bien el Programa Cambio Rural tiene un alcance nacional, su ejecución está profundamente arraigada en los contextos locales. La metodología que emplea es descentralizada, lo que permite que la transferencia de conocimientos y el intercambio entre productores y promotores asesores se realicen de manera efectiva en el territorio. Este enfoque facilita la reconversión productiva y contribuye a la formación de competencias en gestión, organización y producción, cimentando así una base sólida para el éxito en las cadenas productivas.
Al abordar las políticas públicas, es crucial reconocer que se trata de un conjunto de instrumentos, decisiones y herramientas orientadas a alcanzar objetivos específicos que buscan el bienestar colectivo. Según Parson (2007), estas políticas se desarrollan en un entramado de relaciones que articula esfuerzos, estrategias e intereses de múltiples actores, tanto estatales como de la sociedad civil. Esta comprensión nos permite vislumbrar cómo la implementación de intervenciones sociales, ya sea a través de políticas, programas o proyectos, actúa como un motor para transformar modelos de desarrollo y refleja las acciones que un gobierno lleva a cabo en su ejercicio del poder político.
El propósito de este texto es poner en relieve no solo los 30 años de implementación de Cambio Rural como política pública, sino también enfatizar la importancia de la extensión rural como un eslabón esencial en la conexión entre el Estado, los territorios y las cadenas productivas. A través de testimonios de dos grupos vitícolas, se evidenciará la relevancia de este programa y su impacto en la eficiencia y la evolución de su producción, destacando su papel en la promoción de un desarrollo más inclusivo y sostenible en el ámbito rural.
Sobre la Cooperativa Uqueños:
En el año 2010, comenzaba una nueva historia en el Valle de Uco, Mendoza, donde un grupo de productores se unía bajo la invitación del Programa Cambio Rural y el Centro de Desarrollo Vitícola del Valle de Uco (CDVVU). Había un desafío y una idea clara: elaborar su propio vino. Así es como se forjó la Cooperativa Uqueños, conformada por 16 familias dedicadas a la viticultura.
“La decisión de formar y pertenecer a un grupo ha sido fundamental desde el primer día”, comienzan a escucharse por parte de sus miembros. Desde sus inicios, el apoyo del programa fue crucial; “conseguimos un primer set de maquinarias que marcó el inicio de un aprendizaje y un compromiso por mejorar la calidad enológica de nuestros vinos” agregan y enfatizan que el asesoramiento técnico de enólogos expertos fue clave para seguir orientándolos en su proceso de mejora.
Con el tiempo, y a medida que avanzaban, el interés por parte de otros productores de la zona creció. Sin embargo, el uso compartido de maquinarias generó ciertas complejidades legales. Fue entonces que tomaron la decisión de dejar de ser una sociedad de hecho para formalizarse y comenzar con el proceso de constitución de una cooperativa. Fueron dos años de esfuerzos y trámites, hasta lograr la autorización que les permitió operar como Cooperativa Uqueños, “elegimos ese nombre porque manifiesta nuestra identidad y nuestro propósito”
En un entorno que en los primeros años de este siglo alcanzó renombre internacional por la calidad de sus vinos, el grupo se enfrentó a desafíos que pusieron a prueba su resistencia. “A partir de 2008, el precio que se pagaba por la uva comenzó a decaer. Sabíamos que debíamos adaptarnos”, relatan, recordando las reuniones que se convirtieron en espacios de reflexión y proactividad. Así surgió la idea de elaborar sus propios vinos, justo cuando se aprobaban nuevas regulaciones que permitían la legalización del vino casero y artesanal.
La transformación fue notable. Con el paso del tiempo y la formalización de la cooperativa, la infraestructura se robusteció. Modernizaron su set de maquinarias y adquirieron herramientas para la producción primaria, incluyendo tractores y otros implementos. “Ahora, los servicios que ofrecemos abarcan la totalidad del proceso productivo, desde el cultivo de la vid hasta la elaboración de vinos de calidad” manifiestan con orgullo sus miembros. El dato es real y notorio, su producción ha aumentado de 2,000 litros iniciales hasta promedios de entre 6,000 y 12,000 litros anuales. Esto no solo implica que elaboran toda su producción, sino que deben adquirir uvas de otros productores de la zona para satisfacer la demanda.
También, otro dato importante, que demuestra el crecimiento es el asesoramiento enológico, anteriormente era recibido a través del Programa Cambio Rural y ahora lo proporcionan directamente desde la cooperativa. Agregan que “iniciar un convenio con la Facultad de Diseño de la Universidad Nacional de Cuyo fue un punto de inflexión. Nuestros elaboradores han podido mejorar el diseño de sus etiquetas y, en consecuencia, aumentar el valor de sus productos”, el orgullo de observar su crecimiento aparece en cada uno de los puntos.
Recientemente, decidieron formar nuevamente un grupo de Cambio Rural, pero esta vez para integrar el enoturismo como una actividad. “Hemos notado un impacto positivo en el emprendimiento, gracias a la exposición lograda a través de nuestras redes” por lo que deriva a nuevas oportunidades como la exploración del turismo enológico, incluyendo visitas a sus bodegas.
En este recorrido de 14 años, gracias al trabajo colaborativo y la solidaridad entre los miembros, la Cooperativa Uqueños ha transitado la transformación de ser pequeños viticultores vulnerables a los vaivenes del mercado a convertirse en emprendedores consolidados que contribuyen a la creación de empleo local. Desde un mero sueño de producción familiar hasta la realización de un proyecto colectivo y asociativo, su historia es un testimonio de cómo la unión, la cooperación y políticas públicas destinadas a la integración grupal colabora y fortalece al grupo y cada uno de los productores, brindando una planificación técnica y económica-financiera.
Mujeres de la Viña
Un Proyecto Colaborativo para la Elaboración de Vino de Calidad
En el corazón del Valle de Uco, se teje una historia de transformación, un relato que desafía las tradiciones y busca visibilizar el papel de las mujeres en el sector vitivinícola. Hasta hace pocos años, la herencia de las fincas solía recaer en hermanos o tíos, relegando a las hijas al margen de la toma de decisiones. Así, muchas mujeres crecieron con un destino aparentemente marcado, hasta que en 2018 decidieron dar un giro. Fue entonces que nació “Mujeres de la Viña”, un grupo de 21 mendocinas dispuestas a cambiar la forma en que se percibe a la mujer en una industria históricamente dominada por hombres.
“Desde que comenzamos este camino, nuestra misión ha sido clara: promover la integración horizontal de productores vitivinícolas con una perspectiva de género”, comenta una de las integrantes, con determinación. Con un sólido conocimiento en viticultura, estas mujeres se han propuesto honrar el legado de generaciones pasadas a través de su vino “Apasionadas”, un proyecto diseñado para sorprender tanto a nivel nacional como internacional.
El propósito siempre fue agregar valor a sus uvas mediante un equipo que no solo integran mujeres profesionales, sino también docentes y amas de casa, cuyas experiencias y saberes se complementan. “Junto a la asesoría de nuestro enólogo, Pedro Villalba, hemos dado vida a “Apasionadas”. Este proceso que permanece en continuo enriquecimiento con capacitaciones, reforzando su compromiso con la calidad y la innovación en cada nueva cosecha.
El naciente proyecto surgió tras un diagnóstico realizado por el Centro de Desarrollo Vitícola (CDV) de La Consulta y el Programa Cambio Rural en 2018. Durante varias visitas, identificaron a muchas mujeres productoras que, aunque trabajaban de manera individual y aislada, compartían las mismas inquietudes y anhelos de desarrollo en un sector que tradicionalmente les ha dado la espalda. Desde entonces, “hemos creado un espacio de apoyo e integración, donde nos capacitamos, fortalecemos vínculos y colaboramos para superar las limitaciones que enfrentamos” agrega una productora. Ese es el espíritu de Cambio Rural, trabajar de manera asociativa, promoviendo el desarrollo territorial a través de la conformación de grupos de productores/as que utilicen una metodología de trabajo grupal participativa en la que se promueva el intercambio de experiencias, la asistencia técnica y la capacitación y todas aquellas herramientas que faciliten la resolución de las problemáticas priorizadas en los planes de trabajo grupal, que sin duda reflejan la situación de las cadenas a nivel regional y nacional.
En esa zona, la mayoría de los productores vinifican su uva y la venden a bodegas generalmente de capital extranjero. Aunque su uva cuenta con una calidad excepcional y se comercializaba a buen precio, había momentos en que no sabían dónde colocar su producción. Es por ello que enfatizaron en darle valor a su producción mediante la capacitación y la elaboración de su propio vino.
Con gran esfuerzo, pudieron conseguir financiamiento que les permitió adquirir maquinarias esenciales como despalilladoras, tanques para vinificación y bombas centrífugas. “Esta ayuda, destinada al fortalecimiento del capital de trabajo, nos reta a reinvertir en nuestra unidad productiva para seguir creciendo”, agregando que también, el INTA La Consulta, ha proporcionado un espacio físico en calidad de préstamo en su estación experimental, permitiéndoles conservar y fraccionar el vino que luego comercializan.
Se definen como productoras primarias, que gestionan el viñedo de manera cotidiana, aunque no pierden de vista sus objetivos. “Nuestro deseo es alcanzar un lugar en los mercados locales y, por qué no, también aspirar a conquistar el mercado internacional, sin perder de vista nuestro compromiso de integrar a nuevas productoras y fomentar la participación de más mujeres en la vitivinicultura”. El apoyo del Programa Cambio Rural fue esencial, ya que les brindó acompañamiento en su acciones colectivas y proporciona herramientas para colaborar en equipo.
A pesar de las crisis que enfrentan, están convencidas que unidas y asociadas pueden seguir avanzando. “Nos negamos a rendirnos. A diferencia de algunos productores que han vendido sus tierras, nosotras continuamos luchando, continuamos con este profundo compromiso”. Agregan que desean motivar a otras mujeres, “porque reconocemos que en sectores como la ganadería, la presencia femenina todavía está invisibilizada.” Y aspiran a que, en un futuro, puedan integrar toda la cadena de producción en sus proyectos, sin depender de la venta de la uva a grandes capitales.
Estas “Mujeres de la Viña”, están reescribiendo sus historias y marcando un camino hacia la visibilización en la vitivinicultura, convirtiéndose en protagonistas del cambio y transformando su destino y el de sus comunidades.
La integralidad de las políticas públicas, es una condición necesaria para el desarrollo territorial con enfoque de géneros y generaciones. Una estrategia de desarrollo rural con equidad es aquella que reconoce que las necesidades, los problemas y las propuestas de solución son particulares por cada miembro familiar y varían según las características demográficas y culturales. En este relato de resiliencia, sus voces resuena como un llamado a continuar transformando la industria vitivinícola de manera inclusiva y equitativa.